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Sistema de Indicadores sobre Desertificación para la Europa Mediterránea |
g Descripción de las razones que llevan a la deforestación y por qué es un problema en el contexto de la desertificación Autores: Agostino Ferrara <ferrara@unibas.it>, Raffaella Lovreglio Introducción. Una gran parte de la superficie de la Tierra está cubierta de bosques que constituyen un recurso muy valioso para el hombre, la biodiversidad, las condiciones del suelo, el almacenamiento de agua y el estado de la atmósfera. El hombre utilizaba originalmente estos bosques para obtener madera, abrigo, combustible y alimento, pero lo hacía de forma sostenible, sin amenazar la supervivencia de las especies a causa de una sobreexplotación. Desde esos primeros tiempos de la explotación del bosque hasta la actualidad se ha producido un enorme incremento en la cantidad de madera cortada diariamente. Entre las diversas razones que explican esta evolución se pueden citar:
Los bosques se encuentran actualmente amenazados por factores como los riesgos climáticos, las enfermedades transmitidas por insectos y otros patógenos, los riesgos puramente antropogénicos, los incendios, la contaminación atmosférica, la deforestación y el aumento de la presión social. El hombre es parcialmente responsable de la mayoría de estas amenazas. En efecto, la marca de las actividades humanas está siempre presente: de manera relativamente moderada en cuanto a los desórdenes climáticos a pesar de que las emisiones de gases de efecto invernadero causan daños significativos; medianamente en el caso de la plantación de ciertos bosques artificiales sensibles a los ataques de parásitos; fuertemente sobre todo en los fenómenos de contaminación atmosférica o de deforestación. Las estimaciones realizadas acerca de las tasas globales de deforestación son asombrosas. Según el World Resources Institute (http://pubs.wri.org/pubs_content.cfm?PubID=3018), más del 80% de los bosques naturales de la Tierra han sido ya destruidos (a un ritmo de unos 40 millones de hectáreas al año). Hasta un 90% de la selva húmeda de la costa occidental de África ha desaparecido desde 1900. Brasil e Indonesia, que conservan las dos mayores regiones de bosque húmedo del mundo, están siendo deforestadas a una velocidad alarmante a causa de la explotación maderera, los incendios y la limpieza de tierras destinadas a la agricultura y al pastoreo. La pérdida de hábitats es una de las consecuencias evidentes de la deforestación. El 70% de la biodiversidad de la Tierra se encuentra en los bosques. Los bosques húmedos participan a la formación de las lluvias en los países propensos a la sequía de todo el planeta. Los estudios científicos han mostrado que la destrucción de las selvas en países de África occidental como Nigeria, Ghana y Costa de Marfil pueden haber provocado veinte años de sequías en el interior de África (http://pubs.wri.org/pubs_content.cfm?PubID=3018). La deforestación puede tener también consecuencias globales catastróficas. Los árboles consumen naturalmente dióxido de carbono, uno de los gases de efecto invernadero cuya acumulación en la atmósfera contribuye al calentamiento global. La destrucción de los bosques no solo elimina esos "sumideros de carbono", sino que la quema y la descomposición de los árboles genera aún más dióxido de carbono y metano, otro de los principales gases de efecto invernadero. Condiciones climáticas. Algo más de la mitad de los climas del planeta se clasifican como áridos o semiáridos. La definición de las subdivisiones de las zonas áridas y semiáridas no es muy clara. En términos generales, un desierto recibe 100 mm de lluvia o menos al año, una zona árida entre 100 y 300 mm y una zona semiárida entre 250 y 500 mm, con las distinciones adicionales siguientes:
Aunque todas las regiones climáticas están sujetas a un riesgo de desertificación, las zonas áridas y semiáridas son especialmente sensibles, sobre todo las zonas áridas, ya que solo unos pocos milímetros de lluvia les diferencian de un verdadero desierto. Variaciones meteorológicas. Las zonas áridas y semiáridas tienen climas rudos empeorados por las variaciones meteorológicas. Respecto a las precipitaciones, hay muchos más años en los que estas son inferiores a lo normal que años en la media o por encima de ella. Las sequías prolongadas son frecuentes. Por ejemplo, las sequías son tan comunes en el nordeste de Brasil que la zona ha sido llamada el “polígono de la sequía”. Las variaciones climáticas no provocan desertificación por sí mismas, pero aceleran el proceso, especialmente cuando el hombre persiste en usos del suelo que solo son sostenibles si se producen precipitaciones medias o superiores. La incapacidad de prevenir los años “malos” y de modificar el uso del suelo en consecuencia acelera el proceso de desertificación. Aunque las sequías aumentan la tasa de degradación de la tierra, no constituyen su causa, como tampoco la desertificación tiene por qué estar directamente relacionada con una zona desértica cercana. La degradación del suelo puede comenzar en cualquier terreno cultivado. La desertificación y la deforestación suponen cambios drásticos en los microclimas. Por ejemplo, si los arbustos y los árboles son talados el sol de mediodía incidirá directamente sobre un suelo que hasta ese momento se encontraba a la sombra; las nuevas condiciones del suelo, más caliente y seco, harán que los organismos que vivían sobre su superficie o en su interior se vean obligados a cambiar de territorio para intentar escapar a la degradación de su hábitat. La capa superficial de materia orgánica - hojarasca y ramas, por ejemplo - será rápidamente oxidada con la consiguiente desaparición del dióxido de carbono. Lo mismo sucederá con la pequeña cantidad de humus acumulada en el suelo. El impacto de la deforestación está demostrado tanto a escala local como a media y gran escala. La diferencia de irradiación y de balance energético entre las zonas arboladas y los claros produce temperaturas del aire superiores en los claros, sobre todo en la temporada seca. En las zonas que han sufrido desmontes sustanciales se producen flujos de calor sensible más intensos a partir de los zonas desnudas, lo que conlleva la formación de capas límite convectivas más profundas. Esto supone diferencias en la formación de la nubosidad así como circulaciones en mesoescala previsibles. Todos estos cambios del microclima traen consigo variaciones ecológicas. El ecosistema se ve alterado, en muchos casos de manera negativa. Por lo tanto estos procesos no solo resultan en pérdidas de la productividad biológica sino que también provocan la degradación de los microclimas de la superficie. Los fenómenos de calentamiento global y de efecto invernadero, que tienen la deforestación y la desertificación entre otras muchas de sus causas, son más serios y presentan un carácter global, lo que los hace potencialmente más peligrosos. Tolerancia a la sequía de los bosques. Los bosques cubren más del 30% de la superficie de la Tierra. Van del sotobosque arbustivo seco de la sabana africana a la densa y húmeda selva tropical; de los manglares al borde del mar a los robustos bosques de coníferas en las cimas de montaña. Cada tipo de bosque posee su propia clase de árboles perfectamente adaptados al clima local. Existen en el mundo tres tipos generales de bosques: Boreales, Templados y Tropicales. La distribución de la vegetación está regida por varios factores (clima regional, topografía, material original del suelo, tiempo y organismos). Sin embargo a una escala superior, de biomas, los patrones globales del clima constituyen los factores principales que determinan la estructura y la distribución de la vegetación. Los aspectos del clima que ejercen una fuerte influencia sobre la vegetación son la temperatura, las precipitaciones, la humedad, la radiación solar y los vientos. Cada uno de estos elementos afecta a la fisiología de la planta de forma directa (efectos sobre la fotosíntesis y la respiración) o indirecta (efectos sobre la disponibilidad de los nutrientes a través de los procesos de descomposición y de evolución del suelo). La falta de agua
es un
factor crucial en la supervivencia y en el crecimiento de los
árboles, especialmente en las áreas que tienen
una
estación seca. El declive de bosques constituidos por
ciertas
especies arbóreas durante las últimas
décadas ha
sido atribuido a sequías recurrentes. Una mejor
adaptación de los árboles que forman los bosques
es
importante tanto para mejorar su crecimiento como para afrontar el
peligro de cambio climático (es probable que las comunidades
vegetales deberán afrontar en el futuro
sequías más agudas a causa del
aumento de las temperaturas
medias). La
mayoría de las
plantas, especialmente las especies arbóreas debido a su
longevidad, se ven expuestas a la escasez de agua durante su ciclo de
vida. Con el fin de reducir el impacto que supone una fuerte
sequía, las plantas deben disponer de mecanismos que les
permitan
resistir esas condiciones. La capacidad global de supervivencia de un árbol frente a la falta de agua depende de todo un conjunto de características morfológicas, fisiológicas y fenológicas. La lista siguiente muestra las diferentes categorías de mecanismos existentes, pero hay que resaltar que estas categorías no se excluyen entre sí y que es la interacción de diversos factores la que determina la capacidad global de resistencia. Las estrategias incluyen:
El CO2 afecta a la sensibilidad de los árboles frente a la falta de agua. Un aumento del CO2 atmosférico reduce la abertura de los estomas, orificios situados en la superficie de las hojas por los que las plantas absorben CO2 y liberan vapor de agua. Este efecto varía de forma significativa de una especie a otra. En ciertas especies como la encina la reducción de esta abertura es considerable, lo que reduce la pérdida de agua por transpiración foliar y disminuye la sensibilidad del árbol a la sequía. En otras especie como el pino marítimo o la haya esta “anti-transpiración” ocurre en menor medida o incluso nunca. Destrucción
del
bosque por los incendios. Cada
año, millones de
hectáreas de bosque son consumidos por los incendios, lo que
supone billones de dólares en costes de extinción
así como un enorme daño medioambiental. El
impacto
ecológico y medioambiental de los incendios forestales se
pone
de manifiesto en la degradación de la calidad de la
vegetación, la pérdida de biodiversidad, el
daño
infligido al equilibrio de los ecosistemas, la desaparición
de
hábitats naturales, la contaminación del aire, de
los
ríos y de los estuarios así como la
regresión
ecológica en general. Los incendios forestales contribuyen
al
cambio climático y al calentamiento global. La
combustión
de biomasa destruye también un importante sumidero para el
carbono atmosférico. Así, el fuego constituye un
factor
de reducción de la superficie de bosque y de
aceleración
de la degradación del suelo que aumenta el riesgo de
desertificación. De media, solo un 8-10% del calor generado durante un incendio es irradiado hacia el suelo del bosque (Wells et al. 1979, DeBano et al. 1976, Raison et al. 1986, Steward 1989, Hungerford 1989). Sin embargo este calor es el responsable directo de los cambios de las propiedades físicas y químicas del suelo asociados con un incendio. La materia orgánica es transformada y destruida en forma de hidrocarburos entre 175 °C y 315 °C (DeBano 1976). Los hidrocarburos son vaporizados a 300 °C y se desplazan hacia abajo para precipitar alrededor de las partículas del suelo más frías de los horizontes inferiores. Esta cobertura cerosa repele el agua ralentizando la infiltración. Esta repulsión puede durar semanas o incluso varios años (Baker 1989, DeBano 1979). La escorrentía superficial que se origina en las zonas quemadas puede provocar la formación de surcos erosivos y una erosión masiva que, a su vez, provoca la degradación del suelo y otros procesos que llevan a la desertificación. Después de un incendio de baja intensidad, la recuperación de las condiciones previas puede llevar solamente el tiempo que tarde la biota del suelo en regenerarse y la materia orgánica superficial en acumularse. Los cambios expuestos más arriba - especialmente la pérdida de materia orgánica por encima y por debajo del suelo - afectan a las condiciones químicas y físicas del suelo, con consecuencias sobre la regeneración biológica tras el incendio, el comportamiento del agua en el suelo y la erosión. Tras un incendio grave, el aumento de la escorrentía superficial durante las tormentas aumenta el riesgo de erosión y de corrimiento de tierra, sobre todo en los lugares en los que las raíces y otras estructuras orgánicas que retenían los materiales sueltos de las pendientes han muerto o han sido consumidos (Bitterroot National Forest 2000). Los incendios graves y extensos plantean los mayores riesgos de erosión hasta que la cobertura vegetal se desarrolla y la capa superficial de materia orgánica empieza a acumularse. En las pendientes poco protegidas por la cobertura vegetal o por los restos dejados por el incendio, el suelo puede erosionarse incluso sin que se produzcan fuertes lluvias, simplemente debido a la fuerza de la gravedad. Productividad forestal. Mantener el equilibrio y la productividad de los ecosistemas forestales es un requisito previo importante para la gestión razonada y el desarrollo sostenible de los terrenos forestales. Una baja productividad forestal implica una cantidad reducida de biomasa y, como consecuencia, una cobertura vegetal menos resistente y más propensa a sufrir transformaciones irreversibles. Los bosques han estado y siguen estando expuestos a una gran variedad de estrés de origen natural y humano. Los estrés de origen natural incluyen las condiciones meteorológicas extremas, los insectos, los patógenos y los eventos catastróficos. Los estrés de origen humano incluyen actividades como el cambio del uso del suelo, las prácticas de tala inapropiadas o no sostenibles, la construcción de carreteras (que reduce la capacidad de la zona para mantener su productividad), la introducción de plagas exóticas y la contaminación del aire. La perturbación que sufren las condiciones ecológicas debido a la actividad humana o a los cambios climáticos puede incrementar la susceptibilidad de los bosques a los estrés naturales como la sequía, cambios en la capa freática, plagas, enfermedades e incendios. La interacción entre los estrés de origen humano y de origen natural puede acelerar el deterioro del estado del bosque. La proximidad de construcciones y estructuras humanas crea desafíos de gestión en las áreas forestales, incluyendo los relacionados con los incendios. Los problemas que afectan al buen estado del bosque, que disminuyen su resiliencia o que reducen su capacidad de satisfacer las necesidades de la población y la sociedad deberían tratarse como cuestiones estratégicas en el manejo de las zonas forestales. La creciente importancia de los bosques hace que los esfuerzos de conservación sean más urgentes y necesarios que nunca. Pero para que los bosques ejerzan sus funciones medioambientales vitales y realicen su enorme potencial de productividad es necesario gestionarlos. Se deben adoptar medidas de silvicultura con el fin de mejorar el estado de los terrenos forestales, estimular su producción y evitar las causas de su deterioro. Así se puede prevenir la acción de organismos secundarios. La conservación de la diversidad de especies y de tipos de bosque es igualmente importante para luchar eficazmente contra las amenazas bióticas. A medida que se va pasando de la simple explotación al uso sostenible se debería extender el uso de tecnologías de manejo apropiadas. Aunque quedan muchas cuestiones por resolver acerca de la sostenibilidad de los sistemas de silvicultura, existen muchas prácticas bien conocidas que podrían emplearse más ampliamente con el fin de mejorar la gestión de los bosques y reducir tanto su degradación como su susceptibilidad a la deforestación. Un estudio reciente acerca del sector forestal ha aportado una visión general de las lagunas y prioridades de la promoción de una gestión y un desarrollo sostenibles para los bosques. Se han destacado las siguientes orientaciones: promoción de objetivos multifuncionales; reforzamiento de los vínculos entre las estrategias a corto y largo plazo; seguimiento basado en criterios e indicadores; promoción y motivación dirigida a los propietarios de zonas forestales, empresas forestales y de mercadotecnia; mejora de los servicios de la administración pública; apoyo a la diversificación de las actividades de las empresas forestales; reforzamiento de la investigación, de la formación y de la comunicación (EOFM, 2000). El manejo sostenible de las zonas forestales comprende la potenciación de varios aspectos de su funcionamiento tales como son la preservación de la biodiversidad, la conservación de los recursos hídricos y edáficos, la contribución al ciclo global del carbono así como la producción de madera. El
impacto del pastoreo. Los
animales domésticos disminuyen la
regeneración debido al sobrepastoreo, al ramoneo y al
pisoteo.
Los grandes herbívoros vertebrados son considerados como un
importante agente estructurante en las cadenas alimenticias terrestres
a causa de su impacto sobre la diversidad y el valor nutricional de las
plantas. En los sistemas poco productivos, el pastoreo intenso y
sostenido efectuado por estos animales puede modificar las
interrelaciones vegetales (por ejemplo la competencia
interespecífica de las plantas por la luz y los nutrientes)
y
perturbar importantes procesos ecológicos como el ciclo
suelo-planta de los nutrientes. El pastoreo conlleva por lo tanto un
cambio potencial de la biodiversidad. En los sistemas más
productivos, el pastoreo puede incrementar la riqueza de ciertas
especies de plantas mediante la eliminación de fuertes
competidores, lo que permite el crecimiento de especies menos
competitivas. Por el contrario, en sistemas poco productivos como los
que se encuentran en muchas zonas alpinas y en la tundra
ártica,
el pastoreo intensivo puede reducir la riqueza y la diversidad de las
especies vegetales. El impacto ecológico del pastoreo de los
ungulados no está determinado únicamente por la
productividad del sistema sino también por el tipo de
animal, el
grado de herbivorismo y los antecedentes pastorales. Se acusa a menudo al sobrepastoreo de ser el responsable de la desertificación en todas las partes del mundo, lo que es en parte cierto y en parte falso, según la situación. Depende sin duda alguna de la intensidad del sobrepastoreo (ligero, intenso, muy intenso y destructivo) y de su duración, que puede ser medida en meses, años, décadas o incluso siglos. Sin tener en cuenta las situaciones de sequía prolongada, una carga ganadera fija y aceptable provocará de todos modos un sobrepastoreo temporal debido a las fluctuaciones anuales de la capacidad de pastoreo. El daño producido a la vegetación, si existe, suele repararse mediante procesos naturales. Las cargas ganaderas y los sistemas de manejo que resultan en un pastoreo destructivo continuo son una de las mayores causas de desertificación en pastizales. El proceso de desertificación se acelera cuando estas prácticas se mantienen durante un periodo seco o una estación en la que las plantas son muy vulnerables. Aunque el proceso suele llevar mucho tiempo, estas prácticas pueden acabar por provocar la desertificación de los pastizales. El pastoreo destructivo también supone una disminución del rendimiento ganadero y muchos propietarios han aprendido esta lección. No es sin embargo tan común en las propiedades privadas como en los pastos públicos o comunales, donde el control se echa de menos. Papel de la gestión forestal. El papel de la gestión forestal es el de mantener un crecimiento apropiado de los recursos forestales y estimular las funciones productivas de los bosques (madereras o no). Las prácticas de gestión forestal salvaguardan la cantidad y la calidad de los recursos forestales a medio y largo plazo mediante el mantenimiento de un equilibrio entre las tasas de extracción y de crecimiento, así como mediante la promoción de técnicas que minimicen los daños directos o indirectos sobre los recursos forestales, edáficos o hídricos. Las medidas apropiadas permiten mantener el crecimiento de los recursos al nivel que corresponda con lo que es económica, ecológica y socialmente deseable (o a un nivel cercano). Las prácticas de gestión forestal hacen el mejor uso posible de las estructuras y procesos naturales, utilizando medidas biológicas preventivas allí donde es necesario, en la medida en que ésto sea económicamente realizable, para mantener y potenciar la salud y la vitalidad de los bosques. Se deberían favorecer o conservar las especies y la diversidad estructural adecuadas para así mejorar la estabilidad, la vitalidad y la resistencia de los bosques frente a los factores medioambientales adversos, así como para fortalecer los mecanismos naturales de regulación. Las prácticas de gestión forestal promueven la diversificación de las estructuras horizontales y verticales (tales como parcelas de edades desiguales), así como de las especies (por ejemplo parcelas con una población mixta). Allí donde sea apropiado esas prácticas deberían intentar conservar y restaurar la diversidad paisajística. Las operaciones de pastoreo y tala deberían efectuarse de manera que no se provoquen daños duraderos en los ecosistemas. Si fuera posible se deberían tomar medidas prácticas para mejorar y conservar la diversidad biológica. Los principales objetivos de los planes de gestión forestal son:
Lo que está sucediendo en el mundo. La deforestación es el producto de la interacción de una gran variedad de tensiones medioambientales, sociales, económicas, culturales y políticas que se ejercen en cualquier región que se considere. En muchos casos la deforestación es un proceso que implica diferentes propietarios de tierras que compiten por unos recursos escasos, un proceso exacerbado por reglamentaciones contraproducentes e instituciones débiles. El proceso crea riqueza para algunos, provoca dificultades para otros y casi siempre acarrea serias consecuencias para el medio ambiente. La deforestación contribuye de forma importante al calentamiento global, pero no se conoce de forma precisa su contribución comparada con la de otros factores. La causa principal del calentamiento global es la emisión excesiva de gases de efecto invernadero, debida sobre todo a la utilización de combustibles fósiles. Se piensa que, del total de emisiones de dióxido de carbono, 2000 millones de toneladas (un 25%) provienen de la deforestación y de los incendios forestales (WCFSD, 1997). A escala regional la deforestación perturba los patrones meteorológicos habituales, creando un clima más cálido y seco. Basándose en las estimaciones más recientes acerca del ritmo de la deforestación y asumiendo que el 75% de las pérdidas de masa forestal se pueden atribuir a la expansión agrícola, se estima que durante los próximos 25 años el sector agrario necesitará entre 250 y 300 millones de hectáreas suplementarios de nuevas tierras para satisfacer las demandas crecientes de la agricultura comercial, de la agricultura de subsistencia y de la ganadería (pastos y terrenos). La mayor parte de este incremento de la superficie se hará a expensas de los bosques tropicales. El sector agrario debe afrontar este desafío y encontrar las soluciones apropiadas. La base de cualquier esfuerzo de lucha contra la deforestación debe ser la comprensión total de cuáles son los agentes implicados y las causas tanto directas como subyacentes. Como los bosques van a seguir desapareciendo en las próximas décadas, luchar contra la deforestación de una forma lo más racional posible es de una importancia fundamental. Se puede recuperar el control de la deforestación a través de mejoras en la protección y en la gestión de los bosques existentes, mediante programas de desarrollo socioeconómico bien orientados y llevando a cabo reformas normativas e institucionales (http://www.rcfa-cfan.org/english/issues.12-9.html). Impacto del hombre. El rápido crecimiento de la población y la demanda de una mejor calidad de vida se han traducido en un aumento de la explotación de los recursos naturales, lo que a su vez ha provocado una rápida destrucción de los paisajes. Es evidente que a lo largo de la historia la humanidad ha ido intensificando el estrés sobre la tierra, empezando con la utilización que el hombre del Paleolítico hacía del fuego, quemando de forma accidental o intencional extensas áreas de bosque para establecer asentamientos o tierras de cultivo (Pickering and Owen, 1997). El impacto del hombre sobre la tierra (incluyendo la eliminación de la vegetación natural para el asentamiento, la urbanización, los pantanos, la minería, la agricultura y el turismo) ha provocado una serie de problemas: cambio climático global, desertificación, escasez de alimentos, competencia por la tierra y por el espacio y, sobre todo, reducción de la biodiversidad. La intensificación agrícola durante el siglo veinte ha traído consigo el incremento de la presión de pastoreo y la domesticación de animales. Ambos fenómenos han provocado la eliminación de la vegetación, lo que supone que la superficie del suelo se encuentra expuesta al viento y a la lluvia. La erosión del suelo se ha convertido en un grave problema ya que conlleva la pérdida de nutrientes, el riesgo de desastres naturales en caso de lluvias intensas o incluso la desertificación (World Resource Institute, 2002). La domesticación animal acarrea numerosas consecuencias, especialmente si los animales no son nativos del área de introducción. Las actividades humanas tales como el desmonte deliberado con el fin de explotar los recursos o establecer asentamientos ha provocado problemas de deforestación a escala global.
Como en el caso
de la
deforestación, la desertificación se ve
exacerbada por el
crecimiento de la población
(http://www.munfw.org/archive/45th/csd1.htm). La
deforestación
se debe a la decisión que toma el hombre de extender las
tierras
de cultivo y de pastoreo para satisfacer la creciente demanda de
tierras, forzado por el constante aumento de la población.
La
degradación y desaparición de los bosques debido
a la
expansión espontánea de las actividades humanas
hacia las
zonas forestales es un fenómeno especialmente
difícil de
cuantificar. La crisis de productividad de la agricultura tradicional y
el abandono consiguiente de amplios territorios, la
sobreexplotación de los recursos hídricos y la
concentración de las actividades económicas en
las zonas
costeras, las nuevas zonas urbanas, el turismo y la agricultura
intensivos contribuyen de forma negativa a los procesos de
desertificación. Posiblemente
la amenaza de
deforestación más importante en los
países en
vías de desarrollo sea la destrucción de los
bosques para
satisfacer la demanda de tierras agrícolas productivas
provocada
por el continuo aumento de la población. Esa
presión
ejercida por la población creciente en busca de alimento y
espacio está llevando, en los países pobres, a la
extinción de especies sensibles y especializadas de la flora
y
la fauna local. La explotación de los recursos forestales
del
planeta para cubrir las necesidades básicas de la
población en productos de todo tipo es también
uno de los
principales factores que contribuyen a la degradación y a la
destrucción de los bosques. Aún más
serio es el
problema de algunos países tropicales que negocian la venta
de
tierras vírgenes a cambio de concesiones de comercio
exterior. Deforestación y cambios en el riesgo de erosión. La deforestación en las zonas de monte suele provocar una disminución de la capacidad de infiltración del agua y por consiguiente una mayor escorrentía superficial y mayores picos de descarga tras las lluvias, así como una menor escorrentía durante la estación seca. Aún más importante es el aumento de la erosión del suelo, la formación de cárcavas y barrancos, el riesgo de inundación, la colmatación de reservas de agua y sistemas de riego. Citemos como ejemplo la deforestación en el Himalaya que ha sido asociada con un aumento de la anchura de los torrentes hasta el doble desde 1990 y que ha provocado un coste río abajo superior a un billón de dólares (Gobierno Indio, 1983). La reforestación de zonas de monte desnudas podría reducir los picos de escorrentía, disminuir el riesgo de inundación y conservar los suelos para así evitar la colmatación aguas abajo, la formación de cárcavas y los corrimientos de tierra. Un estudio experimental ha puesto de manifiesto diferencias de hasta 500 veces entre las tasas de erosión de un bosque y una tierra de cultivo (Maass et al., 1988). La presencia del lecho forestal tiene una importancia fundamental al facilitar la infiltración del agua y prevenir los flujos superficiales de suelo o de sedimentos. En general se puede considerar que los bosques consumen más agua (la suma de la transpiración y la evaporación del agua interceptada por el dosel arbóreo) que los cultivos, los pastos o la vegetación natural de ciclo corto. Este efecto puede estar relacionado con el aumento de las pérdidas por intercepción, sobre todo si el dosel se conserva húmedo durante una buena parte del año (Calder, 1990) o, en las regiones más secas, puede deberse al gran desarrollo de los sistemas radiculares que permite la extracción y el uso del agua durante las prolongadas estaciones secas. g Ejemplos de deforestación en áreas mediterráneas g Bajo
Alentejo interior, Portugal Las descripciones de Mértola efectuadas por los viajeros y cronistas durante los siglos pasados nos ofrecen la imagen de un municipio con amplias zonas de matorral junto a bosques abiertos de Quercus ilex y Quercus suber.
El análisis de los documentos históricos revela varias fases de deforestación en esta zona. Una de las más importantes tuvo lugar durante el siglo XVII, cuando los bosques fueron talados para permitir el cultivo de cereales. Se necesitaban nueva tierras debido al significativo aumento de la población que se produjo en las regiones fronterizas de Portugal tras el asentamiento de los judíos que escapaban a la persecución de la Inquisición en España. Otro periodo de intensa destrucción de la cobertura vegetal coincidió con los picos de actividad en la mina de São Domingos. Los arbustos y árboles fueron utilizados para producir carbón de leña. Se produjeron situaciones similares durante ambas guerras mundiales cuando, debido a la escasez de combustible, la producción de carbón de leña adquirió una enorme importancia. Todo esto condujo a la destrucción casi completa de la vegetación arbórea natural.
Actualmente, la actividad de deforestación más habitual es la destrucción de la vegetación arbustiva para el cultivo de cereales y la producción de pastos. Es importante destacar que la tala de árboles (Quercus ilex y Q. suber) está estrictamente prohibida por la ley.
g España El 45% de la superficie de la Región de Murcia está cubierta de bosque. Esto representa 509. 000 ha, de las que hay unas 300.000 ha de arbolado (190.000 ha de Pinus halepensis) y unas 200.000 ha en las que solo crecen arbustos (matorral mediterráneo).
La deforestación de esta zona se debe principalmente a los incendios y a los desmontes motivados por nuevos usos agrícolas o urbanos. Durante los últimos cincuenta años los incendios se han hecho frecuentes en los pinares de esta zona. Estos pinares no constituyen la evolución natural de los bosques en la región. Fueron introducidos como una opción de reforestación debido a que los pinos crecen más rápido que las especies “naturales” y pueden ser utilizados por su madera. El problema con los pinares es la escasa biodiversidad de su sotobosque y la frecuencia elevada de incendios. Hoy en día las actividades forestales dan la preferencia al matorral mixto mediterráneo (combinado a veces con bosque siempre verde, por ejemplo de Quercus ilex), aunque los pinos siguen siendo utilizados en muchas ocasiones. Los desmontes para uso agrícola se han producido en dos periodos diferentes. El primer periodo supuso la tala de bosques para el cultivo de cereales, de almendros y de pastos para el ganado. Estas actividades representaban la principal fuente de ingresos en algunas zonas de secano o de monte y se desarrollaron desde el siglo XIX hasta los cincuenta y sesenta. El proceso se detuvo gradualmente debido a la pérdida de rentabilidad de los cultivos de secano y a la migración de la población rural hacia las ciudades. El segundo periodo es más reciente y resulta de la conversión de zonas no cultivadas en zonas agrícolas, principalmente de regadío pero también de secano. Comenzó a finales de los años setenta y aún continúa, aunque se trate ya de un proceso mucho más marginal. Las razones que explican este proceso son:
g La
cuenca del Agri,
Italia El valle del Agri es una de las mayores cuencas hidrográficas de la Región de Basilicata en el sur de Italia. Sigue una dirección NO-SE extendiéndose desde el sector oriental de la cadena de los Apeninos de Luca hasta el mar Jónico (Ferrara et al., 1996). La cuenca del Agri puede dividirse en tres subáreas homogéneas (valle superior, medio e inferior). Estas áreas fueron definidas por sus características físico-medioambientales así como por sus particularidades socioeconómicas y demográficas. Está división fue confirmada también por los patrones de los asentamientos humanos y del uso del suelo.
La
parte superior de la cuenca del Agri se caracteriza por un terreno
accidentado y la presencia de terrazas de cultivo. Está bien
dotado en bosques y otros tipos de vegetación que previenen
y
reducen el riesgo de erosión. Así, los
corrimientos de
tierra son un fenómeno bastante limitado y localizado (por
ejemplo en el municipio de Montemurro). La agricultura se caracteriza
por los cultivos especializados tales como los frutales y el
maíz. La
erosión hídrica, en forma de cárcavas
y
barrancales, es particularmente evidente en la cuenca media del Agri,
dominada por el flysch y la arenisca. Este fenómeno, sin
embargo, no se debe únicamente a la naturaleza del suelo,
compuesto de arcillas y margas: también la
deforestación
ha representado un importante papel durante el último siglo.
La
inestabilidad de los terrenos es especialmente evidente cuando se
producen lluvias intensas. Las colinas están cubiertas de
pastos, arboledas y viñas, mientras que los olivos crecen en
las
zonas más bajas. El análisis de las intervenciones realizadas sobre el territorio durante los últimos 60 años puede ofrecer una clave para interpretar la evolución del uso del suelo. Los años cincuenta estuvieron marcados por las primeras iniciativas de intervención especial del CASMEZ (Cuerpo Económico Nacional para la promoción de un enorme programa de obras públicas en el llamado “Mediodía” italiano). Se consideraba necesario el “estabilizar las regiones del sur por medio de la transformación de tierras, la realización de obras públicas, la recuperación de suelos, el regadío y la protección con el fin de reducir la inestabilidad hidrogeológica”. Desde esta óptica, uno de los puntos fuertes de la actividad del CASMEZ durante esos años fue la silvicultura destinada a la reforestación y a la protección del agua y del suelo, favoreciendo al mismo tiempo la creación de empleo.
Hasta los años 60 esta política defendió “una gestión equilibrada y sostenible del territorio” que aunó fuerzas para hacer realidad un proyecto de desarrollo significativo. Sin embargo, la recuperación de suelos y la transformación no fueron siempre positivas. En algunos casos, como el de Policoro (cuenca inferior del Agri), la intensidad de esta recuperación unida al desarrollo de las llanuras costeras coincidió con la excesiva deforestación de estas zonas para la transformación del uso del suelo, hasta un tal extremo que hoy en día solo quedan 500 ha de bosque (bosque de Pantano Sottano, el último bosque natural de tierras bajas del sur de Italia situado al nivel del mar, incluido en la lista de Natura 2000). En cuanto a la deforestación en la parte inferior y media del valle, donde los bosques están aún más dispersados y las condiciones climáticas son menos favorables, la reducción de la superficie de bosque es lenta pero continua. Están siendo reemplazados por tierras de cultivo, pasando a representar una superficie limitada y un papel marginal.
La principal causa de deforestación y de degradación de los bosques en la cuenca del Agri son los incendios forestales. En términos de frecuencia y de extensión superficial, estos incendios constituyen un serio problema para un ecosistema que ya está sujeto de por sí a fenómenos de degradación y de desertificación. Para dar una idea de la gravedad de los incendios forestales en la cuenca del Agri, en el periodo 1990-1995 ardieron 1327 hectáreas de bosque en 304 incendios, afectando principalmente a zonas de bosque alto de hoja ancha. Esto representa un 3,88% de la superficie forestal total del valle y un 13,41% del número total de incendios registrados en la Región. Los incendios registrados en la cuenca del Agri siguen un patrón claro que se reproduce en muchas otras regiones mediterráneas: el mayor número de incendios se produce en las áreas con un menor índice forestal. En la cuenca del Agri los incendios forestales se producen principalmente en las zonas con índices forestales inferiores al 20%, que parecen corresponder con zonas de monte bajo, es decir áreas forestales de baja productividad. g Lesvos, Grecia La isla de Lesvos, situada en el mar Egeo, con 163.429 hectáreas de superficie, puede servir de ejemplo para el análisis de la evolución de los usos del suelo y de los cambios climáticos que se han producido durante los últimos cinco mil años en la región mediterránea. Esta isla tiene una larga historia bien documentada aunque las primeras trazas de cambios se pierden en el pasado o se ocultan en ciertos mitos. Los primeros documentos escritos que se refieren a Lesvos demuestran que la isla estuvo cubierta por densos bosques pero, tras más de 4000 años de presión humana sobre la tierra, se ha producido una seria degradación de los recursos naturales así como una grave desertificación en ciertas zonas.
Lesvos
estaba completamente recubierta de bosque durante la época
prehistórica. ‘Lasia’,
el
primer nombre
que
se le dio a la isla, significa ‘lugar recubierto de densos
bosques’. Las especies que componían esos bosques
eran
probablemente las mismas que hoy en día, pero su
distribución a través de la isla era diferente.
En la
Antigüedad los pinos ocupaban la parte central y sudoeste de
la
isla, mientras que los bosques de Quercus
se encontraban en el noroeste y en el
sur (Tsimis et al, 1996). La información sobre la vegetación que se puede obtener de los poemas de Sapporo (612 a.C.) muestra que los bosques de Quercus eran muy comunes alrededor de Eressos, en la parte occidental de la isla. Alkeos (630 a.C.) se quejaba en sus poemas de su largo exilio en los densos bosques de la zona de Messa (en el sudoeste de la isla), plagados de animales salvajes tales como el lobo. En la actualidad esa zona sufre una fuerte degradación y solo quedan unos pocos vestigios de los antiguos bosques. Durante la época romana, las principales actividades económicas se basaban en la agricultura y el comercio. La mayor demanda de productos agrícolas proveniente del incremento de la población causó un excesivo cultivo y un sobrepastoreo de la tierra. Durante este periodo se produjo una tala extensiva destinada a proveer madera como combustible y material de construcción naval. El análisis de los documentos históricos muestra que los montes estaban aún cubiertos de bosques donde vivían numerosas especies de animales salvajes. Los pastos ocupaban grandes superficies en las zonas de monte y las casas estaban rodeadas de viñedos y plantaciones de frutales. Los pastos se extendieron principalmente en la parte occidental de la isla tras la tala de los bosques de pinos y Quercus. Las plantaciones de olivos aparecieron sobre todo en las tierras bajas o en zonas de ligera pendiente de la parte oriental de la isla. Durante la época bizantina (desde el siglo II hasta el siglo XV d.C.), la economía de la isla dependía esencialmente de la agricultura, lo que supuso cambios significativos en los tipos de usos del suelo y una gran explotación de los recursos de la tierra. Los pastizales aumentaron de manera significativa por la reducción, sobre todo, de los bosques de pinos y Quercus. Estos últimos fueron afectados gravemente por la expansión de la producción de cereales y pastos para el ganado. Los olivares se extendieron ampliamente, sobre todo a costa de los pinares. Los viñedos experimentaron también una gran expansión. El vino producido por estos viñedos adquirió una gran reputación en el Imperio bizantino. Si se condensan las descripciones de los viajeros entre el siglo XV y el XIX, se llega a la conclusión de que los pastizales se extendieron mientras que los pinares fueron reducidos con el fin de satisfacer las necesidades de la ganadería y de la construcción naval. El bosque de pinos situado en la parte occidental de la isla fue transformado en bosque mixto y zona de pastoreo, mientras que el bosque de pinos situado en la parte oriental se vio reducido por la expansión de los olivares. En la parte septentrional de la isla la cría de ganado era una importante actividad económica que, para satisfacer sus necesidades de pastos, eliminó los bosques de Quercus. Los olivares se extendieron de manera significativa en las partes este y sur de la isla, generalmente a costa de los bosques de pinos y de las tierras de pastoreo. Los habitantes de la isla solían injertar los olivos silvestres presentes en los pinares y gradualmente fueron desarrollando el cinturón de olivos de la isla. Un análisis comparativo de la evolución de los usos del suelo desde la Antigüedad hasta el siglo XIX muestra los cambios significativos que se han producido durante estos periodos. Durante la Antigüedad, los bosques y los pastos cubrían respectivamente un 50% y un 23% de la superficie total de la isla, mientras que las tierras agrícolas no ocupaban más de un cuarto de la superficie (22%). Pero en 1886 las zonas forestales se habían reducido a la mitad (23,9%) mientras que los pastos habían aumentado hasta un 37,2%. Por supuesto, los pastos se han incrementado en la isla al reemplazar tierras agrícolas poco rentables. El gran cambio en las tierras agrícolas se ha producido sobre todo en la zona de olivar. Su superficie ha pasado de un 2% en la Antigüedad a un 26,9% en 1886, desarrollándose a costa de los bosques de Quercus y pinos.
Al igual que en los periodos previos, los últimos cien años han sido escenario de grandes cambios en el uso del suelo de la isla (Kosmas et al., 2000). Los olivares se han extendido, pasando de un 26,9% a un 41,2% del área total. Además, la superficie de bosques de Quercus de hoja caduca ha aumentado significativamente, pasando de un 2,2% a un 7,1% debido a la producción de aceite utilizado en la industria del cuero de la isla. La superficie ocupada por los pinares no ha cambiado casi nada, aunque sí que lo ha hecho su distribución geográfica. Los pinares han reemplazado bosques de Quercus de hoja caduca o pastizales debido a la mejor capacidad que poseen los pinos para recuperarse después de un incendio. Su expansión ha sido influenciada por la profundidad y el material original de los suelos. El aumento del área ocupada por olivares, Quercus y pinos ha sido parcialmente compensado por una reducción de las áreas utilizadas para pastos (disminución de un 37,2% a un 22,6%.).
Uno
de los factores más importantes de degradación de
la
tierra en Lesvos son los incendios forestales. Durante
los
últimos cincuenta años los incendios se
han hecho frecuentes en los pinares de esta
zona, aunque por supuesto se
han producido incendios
importantes en otros periodos pasados. La mayor parte puede atribuirse
al descuido de la gente. La mayoría de los incendios
se
produce en áreas con un elevado índice
xerotérmico
y déficit de humedad. La sequedad del suelo y la velocidad
del
viento constituyen los principales factores de la evolución
de
un incendio. g Descripción
general sobre la interrelación de los indicadores Los riesgos medioambientales de desertificación y deforestación, aunque son distintos, se retroalimentan y no se puede decir que sean independientes. Tienen por lo tanto similares implicaciones y soluciones. Los bosques siempre han sido cruciales para la subsistencia, la seguridad alimentaria, el desarrollo económico y el bienestar del hombre. Hoy en día, el medio forestal se enfrenta con necesidades y demandas más urgentes que nunca debido al crecimiento demográfico, las cuestiones medioambientales, el desarrollo socioeconómico y una mejora de los valores culturales y espirituales. Su papel de ecosistema terrestre más importante hace que los bosques sostengan la vida mediante la biodiversidad, la regulación del clima (cambios climáticos), conservación del agua y del suelo y otras funciones. Las actividades humanas han dañado profundamente los bosques durante los últimos milenios, particularmente la agricultura, la urbanización y el uso de recursos naturales. Los procesos de deforestación que afectan a una zona determinada pueden, por lo tanto, verse afectados por varios factores relacionados con las características de su medio ambiente físico, de su gestión del territorio y de sus aspectos socioeconómicos. Existen
muchas causas de deforestación. La primera y más
importante es la explotación maderera. La madera siempre ha
sido
uno de los productos primordiales para las poblaciones humanas y los
intereses industriales. Como la madera es un componente estructural
esencial en cualquier bosque, su eliminación supone un
efecto
inmediato en la salud del ecosistema. Una tala intensiva, no
sostenible, puede producir una grave degradación que puede
incluso rebasar la capacidad de recuperación del bosque. Los
incendios forestales también contribuyen a reducir la
cobertura
forestal y provocan diferentes impactos ecológicos y
medioambientales tales como la degradación de la calidad de
la
vegetación, la erosión de la biodiversidad, los
daños a la salud del ecosistema, la pérdida de
hábitat para la fauna, la contaminación del aire,
de los
ríos y de los estuarios y, en general, una
regresión
ecológica. La
deforestación tiene numerosas consecuencias devastadoras.
Afecta
de forma significativa al clima, en parte porque el papel que
representan los bosques es esencial en el ciclo del agua, permitiendo
el retorno por evapotranspiración del agua de lluvia hacia
las
nubes. Uno de los efectos de la deforestación es el
incremento
de las inundaciones y sequías. En efecto, la cobertura del
bosque regula la escorrentía. En los suelos que no
cuentan
con esta regulación, el flujo de agua
acelerado causa
inundaciones durante la estación húmeda y escasez
de agua
en la estación seca. La
quema y la tala de los bosques también exacerban el Efecto
Invernadero. La quema libera dióxido de carbono (CO2)
en la atmósfera fomentando el calentamiento global.
Además, la reducción del número de
árboles
disminuye la capacidad global de absorción de CO2. La deforestación priva al planeta de innumerables especies, destruyendo elementos cruciales para la biodiversidad y haciendo que se pierdan posibles usos en medicina, agricultura e industria. La biodiversidad es importante porque contribuye a la resiliencia del planeta. Un mundo sin biodiversidad es más frágil y tiene una mayor tendencia a amplificar las perturbaciones hasta un nivel catastrófico a través del colapso de ecosistemas que han perdido especies claves. Así, la reducción de la biodiversidad, combinada con el cambio climático, puede descontrolarse y amenazar la prosperidad de los seres humanos. Los efectos globales de la deforestación constituyen la principal causa de los procesos medioambientales negativos asociados con la desertificación. Entre las principales causas de degradación del suelo se encuentran: la deforestación, el cultivo excesivo, la sobreexplotación de los recursos hídricos y la salinización. Se puede prever si la deforestación será debida a causas naturales o antrópicas mediante la estimación de diversos indicadores relacionados con la reducción de la cubierta vegetal y con la degradación del suelo, tales como los desmontes, los incendios, la actividad agrícola-pastoral, el nivel de productividad forestal, los cambios climáticos, etc. Varios de estos indicadores están interrelacionados y dependen de las condiciones locales. g Referencias
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